Mensaje radial del Rev. Andrés Ferrer, parroquia de Jatibonico en la Diócesis de Ciego de Ávila.  XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, 30 de octubre de 2022

Hermanos, en este domingo XXXI del Tiempo Ordinario, el Evangelio nos muestra el encuentro de Jesús y Zaqueo. Todos ante Dios tenemos la talla de Zaqueo; todos ante Dios somos pecadores como Zaqueo. El Evangelio de hoy, domingo, nos muestra el crecimiento de este hombre a pesar de su pequeñez. No experimentó un crecimiento biológico, no, este fue un crecimiento espiritual, crecimiento en la fe. El Señor al ver desde alto, expresó: «Zaqueo baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Nosotros, en alguna ocasión de la vida hemos sido Zaqueo. Ante Dios somos pequeños y pecadores, pero en algún momento el Señor nos ha dicho: «Baja, que hoy me hospedaré en tu casa». Zaqueo cruzó su vista con los ojos misericordiosos de Dios. Cada uno de nosotros hemos encontrado y contemplado esos ojos misericordiosos de Jesús cuando nos dijo en algún momento: «Ven y sígueme», y como al igual que Zaqueo: «Me voy a hospedar en tu casa». ¡Qué regalo tan grande nos ha hecho el Señor de hospedarse en nuestras casas, de ser un miembro más de nuestras familias, de amanecer con nosotros, de convivir, cenar, dormir en cada uno de nuestros hogares! ¿A cuántos de nosotros nos han cuestionado, al igual que Zaqueo, a la hora de haber sido llamado por Jesús? ¿Para quién es el médico? Para los enfermos, no para los sanos. Zaqueo, con su arrepentimiento, mostró la sanación espiritual con el mejor de galenos. Cada una de las personas llamadas por Cristo hemos vivido y experimentado esta sanación. ¿Cuántos hermanos en la Cuba de hoy necesitan acercarse a la fuente fundamental de la vida para vivir este proceso? ¿Cuántos de los cubanos de hoy abandonan a nuestro Dios por espejismos y cantos de sirenas, siguiendo a falsos mesías con promesas vacías y falsas? Ante el arrepentimiento de este gran hombre, Jesús contestó: «Ha sido la salvación de esta casa hoy, también este es hijo de Abraham». ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! como nos dice el canto. ¡Qué alegría cuando el Señor nos llamó! ¡Qué alegría cuando le brindamos homenaje en nuestros corazones! Pero, ¡qué alegría cuando él nos hospeda en su casa; cuando él se hospeda en cada uno de nosotros en la Santa Eucaristía! Cuando en la forma del pan Jesús penetra en cada uno de nosotros, recorre nuestro organismo y nos dice cada día: «Ven y sígueme». Sígueme, para ver el rostro de Jesús en cada uno de nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados de la misericordia del Señor. Sígueme, para trabajar en todos los ámbitos de nuestra vida por sembrar la semilla del Reino. Sígueme, para juntos cooperar en la salvación de nuestra patria. Sígueme, para salvar lo que se ha perdido.Hermanos, caminemos juntos con Jesús en estos tiempos de incertidumbre, desesperanza y agonía de nuestro querido pueblo cubano.Amén.

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