Mensaje radial del P. José Rolando García, OSA, Diócesis de Ciego de Ávila. Comentario del evangelio del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, 6 de noviembre de 2022

Desde el pasado día 1 de noviembre, con la celebración de la solemnidad de todos los santos, y hasta finalizar el ciclo litúrgico actual, con la solemnidad de Jesucristo Rey del universo, la liturgia nos va a ir proponiendo una serie de textos sagrados de carácter escatológico en los que se nos invita a meditar y aclarar nuestra fe en la resurrección y en una vida futura tras esta vida temporal que conocemos. En la perícopa evangélica de este domingo, nos encontramos con unos saduceos que ponen a prueba a Jesús con una cuestión muy debatida entre fariseos y saduceos por aquél entonces. Los fariseos creían en la resurrección mientras que los saduceos la negaban. Y es que para el pueblo judío la fe en la resurrección fue algo a lo que les llevó la reflexión y relectura de los textos sagrados. En el texto evangélico vemos cómo le plantean a Jesús la posibilidad de que un hombre muera sin dejar descendencia y su hermano deba casarse con la viuda que deja, y que nuevamente este segundo hermano muera sin haber dejado descendencia y deba casarse el siguiente hermano con su viuda y así sucesivamente hasta que han muerto los 7 hermanos sin haber dejado descendencia. Y aquí es donde viene la pregunta trampa que le plantean a Jesús: cuando resuciten ¿cuál de todos los hermanos será esposo de dicha mujer?Jesús, como tantas otras veces que le plantean alguna trampa dialéctica, sale exitoso; porque no se deja enredar en disquisiciones que nada tienen que ver con la resurrección; porque eso es lo que ocurre siempre que queremos entender realidades que están más allá de nuestro entendimiento físico pero queremos hacerlo usando los parámetros materiales y finitos de nuestra vida terrenal. La respuesta de Jesús les dirá que la perspectiva desde la que plantean la pregunta es equivocada. En primer lugar, porque en la historia planteada por los saduceos, están suponiendo la vida futura como una simple continuidad de la vida presente; y para Jesús esto no es así: «No se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque participan de la resurrección». Nosotros no podemos explicar con detalle cómo será la vida futura después de la muerte; pero sí que podemos afirmar en esperanza que no viviremos los condicionamientos temporales y físicos que tenemos en un cuerpo mortal; nos habremos librado por siempre de la muerte.En segundo lugar, Jesús defiende la resurrección apelando a la Palabra de Dios; recordando la aparición de Dios a Moisés en la zarza que no se consumía y en la que el Señor se presenta como «el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Jesús argumenta que Dios habla a Moisés en presente, no son figuras del pasado que murieron y ya no viven más; sino que la alianza que hicieron con Dios implica una promesa de vida por siempre: la comunión con el Dios creador, origen de toda vida, es fuente también de vida nueva después de la muerte. Todos los domingos recitamos el credo de nuestra fe, el cual finaliza con la confesión en la resurrección de los muertos, dicha confesión es el resultado de la experiencia del pueblo de Dios a lo largo de la historia de la salvación. no se trata solo de una afirmación exclusivamente intelectual. Nuestro Dios es un “Dios vivo” que “no se complace en la muerte de nadie” (Ez 18,32), no ha creado al ser humano para dejarlo morir sino para que viva. La resurrección es el sí de Dios a la vida humana y el no radical a la violencia, la degradación, la humillación y cuanto generan las fuerzas que llevan a la muerte. Este es el único Dios. El que afirma la vida por encima de todo. “yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10) y se acerca a aquellos en quienes la vida está más enferma, estropeada, humillada, violada, rota o desorientada, para curar, liberar y reconciliar. Pero, además, hay en Jesús una lucha implacable contra los poderes que matan la vida: la riqueza injusta que priva a los pobres de lo necesario para vivir o las tradiciones legalistas que esclavizan y asfixian la vida.La creencia en la resurrección está en la base de la esperanza que podemos necesitar en muchos momentos complicados y difíciles de nuestra vida cotidiana. Tenemos un ejemplo muy claro en la primera lectura de este domingo, del segundo libro de los Macabeos. El rey seleucida quiere que una mujer y sus siete hijos renuncien a su dios y para ello les insta a comer carne de cerdo, que tenían prohibido según la ley del levítico. El rey está convencido que amenazándoles con la muerte conseguirá su propósito ya que él no concibe que haya mayor pena o amenaza que esta. Los siete hermanos, que tienen esperanza en la resurrección, se sienten fortalecidos por dicha esperanza para afrontar el martirio. Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará; son las palabras del cuarto hermano antes de morir.Nos dice el Evangelio de hoy que Dios no es Dios de muertos sino de vivos y de Él mismo se dice que es un Dios vivo. “El Dios vivo”, es una expresión que recorre la Biblia desde el principio hasta el fin. En muchos cristianos aún existe la actitud terrena y temporalista de los saduceos. Otros quizás digan creer en esa vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad. Viven como si todo se terminara aquí abajo; como si sólo importase el dinero o los valores meramente materiales. Olvidan que todo lo terreno es relativo y pasajero, que sólo se tendrá en cuenta la vida santamente vivida, sólo nos servirá el bien que hayamos hecho por amor a Dios. No podemos, por tanto, vivir como si todo se redujera a los cuatro días que en esta tierra pasamos. Hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte.

Deja un comentario