Mensaje radial del P. José Alberto Escobar Marín, OSA, de la diócesis de Ciego de Ávila, en el V domingo de Pascua, 28 de abril de 2024

Queridos hermanos.

Un primer aspecto que es bueno resaltar es que La Palabra de Dios de este Domingo de Pascua está especialmente dirigida a la comunidad de fe de la Iglesia que desea ser fiel discípula y que escucha las palabras de su Señor que le enseña, orienta y anima en este tiempo que nos toca vivir. Es Cristo el que en el evangelio de Juan se da a conocer “Yo soy”, el Mesías, el Pan de vida, la luz del mundo, la puerta del redil, el buen pastor… “Yo soy la vid”.

El evangelio es buena noticia para todos, pero aquí no se trata en primer término del evangelio para quienes no conocen a Cristo o lo rechazan, o para quienes viven en la indiferencia o quienes están ajenos. Son palabras del mismo Jesús el Señor que pretenden llegar al corazón de quienes hemos emprendido el camino de la fe en Él. Por tanto, para ti que te sientes cristiano, que participas en mayor o menor medida de los sacramentos, que estás acercándote o que colaboras en alguna pastoral o ministerio.

Un segundo aspecto es que aunque estas palabras fueron pronunciadas hace tanto tiempo, resuenan en nuestro corazón en este momento en el que vivimos en Cuba. Momentos muy difíciles, los peores en muchas décadas (en palabras de nuestro plan pastoral nacional). Tiempo en el que sufrimos, lloramos y carecemos de lo esencial como expresa la oración que oramos en todos los templos en estos días. No sólo pensando en lo material cuando hay cada vez más personas que pasan hambre y no pueden acceder a las tiendas o que mueren anticipadamente y sufren horrores por carecer de los medicamentos necesarios. También es la ausencia de hijos y familias que emigran, pueblos y comunidades de fe cada vez más envejecidas y débiles, con mayor carencia de catequistas, colaboradores, jóvenes y niños. En esta nuestra vida del día a día imploramos a Dios pues necesitamos del Espíritu Santo de Dios para encontrar caminos que nos traigan la vida que Dios desea para sus hijos. ¿Qué hemos de hacer? ¿Dónde poner nuestros ojos? ¿Qué actitudes de fe y vida fortalecer?

Jesús la vid verdadera. A lo largo del evangelio de Juan, Jesús se nos revela como el camino, la verdad, la vida. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Hoy hemos escuchado como Jesús dice: Yo soy la vid verdadera, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada podéis hacer”. Es evidente el trasfondo del antiguo testamento y la novedad de las palabras de Jesús. En el antiguo testamento la viña es Israel, en el evangelio de Juan la vid es Jesús quien no solo es la cepa sino la vid entera, que sustenta y mantiene unidos los sarmientos, que somos nosotros.

Creo que es una llamada a avivar nuestra fe personal y comunitaria en Él, en Jesús. Es tiempo de saber diferenciar lo esencial de lo que no lo es y concentrar nuestra mirada en él. Hay mucho que nos distrae de quien es verdaderamente Jesús. Para aquellos primeros seguidores en los primeros años de la Iglesia esta imagen de la vid no era meramente una bonita imagen para pensar o meditar espiritualmente. Para la inmensa mayoría de aquellos cristianos del siglo primero, quedaba claro que ya no era la religión judía quien les salvaba, es Cristo.

Permanecer en Él y dar fruto. Mediante el simbolismo de la vid, el evangelio nos habla de comunión de vida con Cristo y con los hermanos mediante la fe y el amor. Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. Unidos a Él por el Espíritu que nos dio, produciremos fruto abundante si guardamos el mandamiento de Dios: creer en Jesús y amarnos unos a otros. El evangelio afirma la necesidad de permanecer unidos a Jesús para dar fruto abundante para Dios. Permanecer en Él.

Cuántos hermanos en Cuba abandonan la Iglesia católica para asistir a un lugar de culto, cuántas personas que reciben los sacramentos y bautizan a sus hijos después de un tiempo se cansan y abandonan, cuántas personas ponen a Dios y su vida como hijos de Dios por detrás de elegir un novio, vivir ajenos a su comunidad parroquial y de fe, un puesto de trabajo ventajoso, una marcha del país. Tal vez este permanecer nos debe recordar que para que haya savia y vida divina en nuestra vida no podemos desgajarnos de quien nos nutre que es Cristo a través de su Iglesia, el cuerpo místico de cristo en este mundo. Hoy más que nunca, permanecer en la unidad, en la comunión a través de una vida sacramental que sea coherente con nuestra vida como cristianos. Los frutos y las buenas obras, los resultados de nuestros proyectos para mayor gloria de Dios llegarán, Él nos lo garantiza. En nosotros está el permanecer en Él.

La poda de los sarmientos por Dios nuestro Padre. “A todo sarmiento que no da fruto en mí, lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”. Alejados de Cristo y su Iglesia no somos nada ni nada conseguiremos, solo debilitar nuestra fe y hacerla desaparecer por inanición. Unidos a Él estamos llamados a dar fruto y fruto en abundancia. Pero la imagen de la poda en la vid es sabiduría. El viñador sabe que hay un tiempo en el que hay que podar los sarmientos para que el tiempo de la cosecha sea abundante. Podar significa sacrificar, cortar lo innecesario para que haya fortaleza y salud y la savia haga posible el fruto abundante. También en la Iglesia sabemos que hay que dejarnos podar por el Padre de todo aquello que entorpece su designio divino. Es tiempo de poda cuando nos creemos mejores que otros, cuando pensamos saberlo todo, cuando no estamos dispuestos a la acción de espíritu santo en nuestra vida, cuando nos creemos convertidos del todo, cuando estamos sobrados de pereza o malos hábitos, de hipocresía, orgullo o vanidad. Cuánto ha de podar Dios aún en su Iglesia en nosotros.

El Señor permanece en nosotros.

Somos tu viña Señor, el pueblo que tú amas entrañablemente. Gracias a Jesús podemos tener tu vida divina en nosotros y producir fruto abundante, si permanecemos unidos a Él. Para eso, purifícanos a fondo con la poda de tu Espíritu. Concédenos creer y amar, creer firmemente en Ti y en Tu Hijo y enviado Jesucristo. Y amarte sin medida, amando a nuestros hermanos.

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