Mensaje radial de Monseñor Juan de Dios Hernández Ruiz, SJ, Obispo de Pinar del Río, del V domingo de Cuaresma, 17 de marzo de 2024

Queridos hijos e hijas, soy Mons. Juan de Dios Hernández, obispo de esta amada diócesis vueltabajera.

El Evangelio que acabamos de escuchar, nos revela el secreto de la felicidad. Nos revela cómo podemos vivir con Jesús “otra” vida, desde aquí abajo y para siempre. Nos revela como escapar a la muerte – no a la muerte física, que en último término es sólo una etapa de la vida – sino a la verdadera muerte: la muerte interior, la que mata definitivamente.

Algunos griegos procedentes de Jerusalén querían ver a Jesús. Este deseo se lo comunicaron a Felipe y este lo transmitió a sus discípulos. Al recibir esta comunicación, la respuesta de Jesús es llamativa: les habla de su propia muerte como momento de glorificación.

La nueva alianza de la que nos habla la primera lectura que se escucha en las misas de este domingo ahora se establece a través de la muerte de Jesús. Con su muerte, se nos muestra su señorío y autoridad. Él fue consciente de su propio destino. Jesús no conserva su propia vida, sino que la dona para la salvación del mundo. Es generoso y total en su entrega. ¿Somos generosos con nuestra propia vida para servir a Dios y a los hermanos?

Jesucristo nos dice: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Cuando habla del grano de trigo: Jesús habla de sí mismo.

¿Qué le sucedió a Jesús? Lo que sucede también hoy a los hombres comprometidos, hombres que se entregan por sus convicciones. Cristo molesta a los hombres de su tiempo. Lo cambia todo, hasta la religión. Entonces se le espía, se le persigue, se busca una ocasión para arrestarlo. Y una noche lo toman preso, porque un amigo lo traiciona. Después de un juicio injusto, lo condenan. Lo torturan y lo ejecutan.

Ahora, ¿aquellos hombres lograron realmente quitar la vida a Cristo? No, porque aún clavado en la cruz Jesús es verdaderamente libre. Este acontecimiento que le viene de fuera, es dominado por Él. Cuando los hombres creen que le han quitado la vida, Él la salva de la muerte dándola libremente a su Padre, por la salvación de los hombres: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”.

Corresponde entones, al hombre, abrirse a Jesús y entrar con Él en la Pascua, es decir, en el paso de la muerte a la vida.

Pensemos un momento en nuestra vida. Nuestra vida la hemos recibido y la recibimos cada día. Nos viene de Dios, porque nadie se ha dado la vida a sí mismo. Nos viene de Dios, pero por medio de otros.

Vivimos porque otros no han guardado para ellos mismos la vida que a su vez habían recibido. Nos la han transmitido. Somos ricos de sus dones, pero también pobres de sus egoísmos. Nada deja de afectarnos, como también ninguno de nuestros propios actos dejará de influir en los hombres que nos sucedan.

Nosotros no somos los propietarios absolutos de la vida recibida. Debemos acogerla, hacerla fructificar – y a su vez, trasmitirla gratuitamente. Cuando la retenemos, muere en nuestras manos. Porque está hecha para circular. Es como el agua viva del río: si queda estanca se queda dormida, se pudre y se muere.

El único medio infalible, para escapar de la muerte: es el amor. En efecto, amar es no guardar la vida para sí mismo, sino darla. Porque amo, doy un poco de mi tiempo, de mi ternura, de mi vida. Amar es siempre dar la vida al otro y recibirla del otro. Pero nadie puede dar su vida si no renuncia a ella, si no renuncia a algo de su vida.

Esta renuncia para poder dar, es una forma de morir a sí mismo. El que libremente acepta este paso por la muerte y lo vive con Jesús muerto y resucitado, entra en “la otra vida, ya aquí en esta tierra. San Juan nos lo dice con gran sencillez: “quien no ama permanece en la muerte” y también “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos”. Por eso, quien quiera vivir, tiene que amar. Amar así, auténticamente, no es fácil y no siempre nos resulta.

Queridos hermanos, busquemos todos en lo profundo de nuestro corazón lo que hemos negado amar, lo que hemos rehusado dar, tal vez desde hace meses o años. ¿Para qué sirve la vida si no es para darla? “El que quiere guardarla la pierde, y el que quiere darla la encuentra, nos dice Jesús. Hermanos, ¡he aquí el secreto de la felicidad!

Que María de la Caridad nos acompañe siempre.

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