Mensaje radial de Monseñor Emilio Aranguren Echeverría, obispo de la Diócesis de Holguín, en la Solemnidad de Pentecostés, domingo 19 de mayo de 2024

Queridos hermanos y amigos, hoy es una fiesta grande en el mundo cristiano. Han transcurrido cincuenta días de haber celebrado la Resurrección de Jesús. Este año fue el 31 de marzo. Y después de ascender junto al Padre acontece la venida del Espíritu Santo, lo que llamamos Pentecostés. Es decir, el quincuagésimo día después de la Pascua.

Con especial sentido de comunión y fraternidad compartimos el gozo de la comunidad parroquial de Tacajó, que celebra su fiesta patronal así como de quienes van a recibir el sacramento de la confirmación en las parroquias de Gibara y Ciudad Jardín. Es un día de renovación interior.

No quiero olvidar que ayer tuvimos presente en nuestra oración a los ciento diez fallecidos –casi todos holguineros– en el accidente aéreo ocurrido hace seis años al despegar el avión cerca del aeropuerto de La Habana. Una vez más recordamos con espíritu ecuménico a las diez parejas de la Iglesia del Nazareno y también pedimos la fortaleza física y espiritual para la sobreviviente Mailén Díaz Almaguer.

En la oración que rezamos todos los domingos decimos: “Señor, necesitamos tu ayuda, consuelo y fortaleza. Solos no podemos encontrar caminos de armonía y convivencia fraterna”. E insistimos: “Necesitamos de tu Espíritu Santo, para que nos asista en esos empeños y para buscar soluciones sabias y verdaderas a los graves y urgentes problemas que nos afligen como pueblo”.

Oremos igualmente por cada uno de nosotros, especialmente los más necesitados. También por las familias y por nuestras comunidades, porque mucho lo necesitamos. Qué el Espíritu Santo nos ayude a ser perseverantes en la oración y, juntamente, continuemos acudiendo al amor maternal de la Virgen María para que, como rezamos en el canto, todos sus hijos seamos hermanos.

Al escuchar el Evangelio que ha sido proclamado, me quedé pensando cuando dice: “Como el Padre me envió, así los envío yo a ustedes”. Y dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”.

Sopló sobre ellos. Hagamos un sencillo ejercicio a partir de nuestra vida. Soplamos las velas cuando las queremos apagar. Soplamos sobre la cuchara cuando queremos enfriar la sopa. Soplamos sobre la herida para sentir alivio, cuando la curan con alcohol. Soplamos para apagar, enfriar, aliviar y Jesús sopla sobre los apóstoles para infundir un dinamismo, un ardor, una vida.

En la narración bíblica de la creación leemos: “El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un ser viviente”.

En la Misa Crismal, después de mezclar el bálsamo en el aceite, el obispo se inclina sobre el ánfora que contiene dicha mezcla y alienta sobre ella, sopla sobre ella, para expresar que el Espíritu santifique y consagre el Santo Crisma con el que se ungirá la cabeza de los bautizados, la frente de los confirmados, las manos de los sacerdotes en su ordenación y la cabeza de los obispos cuando sean consagrados.

Somos barro, queridos hermanos y amigos, necesitamos tener conciencia de ello y por eso saber que somos débiles, vulnerables y que en cualquier momento uno se puede desmoronar. Esta es la experiencia humana, pero en esta naturaleza humana, cuando actúa el soplo del Espíritu, le hace vivir. Es el aliento de Dios quien por medio de su Espíritu vivifica dinamiza, fortalece, transforma, santifica.

Por eso hoy, Pentecostés, cuando los apóstoles están reunidos con la primera comunidad de discípulos, nace la Iglesia, el nuevo pueblo santo de Dios. Es una nueva creación y, por ello, al enviar a sus discípulos a la misión, Jesús sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo”.

La Iglesia, sin el Espíritu de Jesús, es una comunidad que no es capaz de alentar, de consolar, de dar esperanza, de darle vida al mundo en el que vive. Qué importante es que la Iglesia le abra de par en par las puertas al Espíritu de Jesús, para que por medio de su testimonio y de sus obras pueda comunicar el aliento de Dios a tantos corazones que lo necesitan. El aliento de Jesús en nuestros corazones es el manantial y la fuente de nuestra esperanza.

Queridos hermanos, qué la celebración de Pentecostés nos fortalezca para no mirar tanto para los lados y saber mirar un poco más a lo alto y decir: Ven, Espíritu Santo, ven en primer lugar a mi vida, a mi corazón, dame tu aliento, sopla sobre mí, ven a mi hogar, a los míos, únenos en el amor como familia que somos, libéranos del miedo que nos retrae, de la mediocridad que nos encierra en el conformismo del que dice: “da lo mismo, ¿qué más da?”, reconforta nuestra falta de fe con tu fuerza creadora capaz de hacer lo imposible.

Con esta fe en ti y con la confianza de que estoy dispuesto a acoger tu Espíritu en mi corazón, rezo con la Iglesia: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego. Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma. Mira el vacío del alma, si tú le faltas por dentro. Guía al que tuerce el sendero. Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito. Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Un comentario sobre “Mensaje radial de Monseñor Emilio Aranguren Echeverría, obispo de la Diócesis de Holguín, en la Solemnidad de Pentecostés, domingo 19 de mayo de 2024

  1. Neidys Gracias!!!! FELIZ y SANTO PENTECOSTES GRACIAS Unidos en el Corazón de Nuestra Madre, y con Ella al pie de su Hijo sediento en la Cruz Ese, que no cabe en lo máximo, habita en lo mínimo. Autor desconocido AMDG Saludos René HORIZONTESDECRISTIANDAD.ORG TODOCATOLICO.ORG TWEETER @todocatolicoO

    “Prefiero una Iglesia herida, accidentada, manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por la comodidad y el encierro de aferrarse a sus propias seguridades” (“Evangelii Gaudium,” 49).


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