Mensaje radial de Monseñor Wilfredo Pino Estévez, arzobispo de la Arquidiócesis de Camagüey, el domingo 23 de junio de 2024 por la fiesta de San Pedro y San Pablo

Queridos hijos e hijas: El próximo sábado, día 29, la Iglesia celebrará la festividad de San Pedro y San Pablo y no quiero dejar pasar la oportunidad de conversar con ustedes sobre estos dos grandes hombres de los primeros tiempos de la Iglesia. Como veremos, se trata de dos personas muy distintas, muy diferentes en cuanto a formación y carácter, y que conocieron a Jesucristo en momentos diferentes. Ambos morirán mártires por ser fieles a su fe en Jesucristo.

Queridos todos: Vamos a recorrer algunos momentos en la vida del apóstol Pedro, el primer Papa de nuestra Iglesia. Luego haremos lo mismo con San Pablo.

Leemos el evangelio de Jn 21, 15-19.

Como sabemos, Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer a ellos el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.

Era de carácter fuerte e impulsivo. No comprendió a Jesucristo cuando les hablaba acerca de su muerte y hasta llegó a proponerle un camino más fácil. Se sentía muy seguro de sí mismo y llego a prometerle que, aunque todos lo negaran, él nunca lo negaría, algo que hizo tan sólo unas horas después, al negarlo tres veces.

Vivió momentos muy importantes junto a Jesús: vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, llegó a caminar sobre las aguas pero desconfió y empezó a hundirse. Presenció la Transfiguración del Señor. Estuvo presente cuando prendieron a Jesús y le cortó la oreja con una espada a Malco, uno de los que enviaron para arrestar a Jesús. Fue testigo de la Resurrección de Jesús, quien, después de resucitar, y como hemos escuchado, le preguntó tres veces si lo quería y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe supremo de la Iglesia. Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión. Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos. Tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas. Realizó muchos milagros en nombre de Jesús. En el libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles, se nos cuentan varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden de un Consejo de Jueces y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez, y aun así, se negó a dejar de predicar y, por ello, se le mandó a azotar. Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, o sea, a los que no eran del pueblo judío. En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo. En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el mismo emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera “cacería” de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del propio Nerón. Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como Jesús, su Maestro. 37 años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad. 

¿QUÉ NOS ENSEÑA LA VIDA DE PEDRO? Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice en su primera Carta (1, 15): “Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado”.  Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que lo ayude a alcanzar la santidad.  Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente.

Pasemos ahora a hablar de San Pablo. Hechos 9, 1-20

Queridos todos: El nombre hebreo de Pablo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén. Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que pertenecía a la secta religiosa de los fariseos, y era muy cumplidor de todas las exigencias de su religión. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó, entonces, a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes religiosos de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de Damasco.

Como escuchamos hace unos momentos, fue en el camino a Damasco, que Jesús se le aparece en medio de un  gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.). Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Allí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.  Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de Pedro.

La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles” ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío.  Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían roña por “cambiarse de bando”. En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.

Escribió cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura. Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, muerte reservada para los esclavos.

¿QUÉ NOS ENSEÑA LA VIDA DE SAN PABLO? Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras. Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a obedecer a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado. Su conversión siguió varios pasos:

Primero: Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.

Segundo: Pablo aceptó los regalos de Cristo, el mayor de los cuales fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.

Tercero: Pablo vivió el amor que Cristo le dio. No sólo aceptó este amor, sino que lo hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal misionero de la fe católica. 

Cuarto: Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar a los demás el gran don que había recibido. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con Pedro.

Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de su vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.

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