Mensaje radial de Monseñor Emilio Aranguren Echeverría, obispo de la Diócesis de Holguín, en el Domingo X del Tiempo Ordinario, 9 de junio de 2024

Queridos hermanos y amigos, tanto los que participan de este programa a través de las emisoras provinciales de Radio Angulo en Holguín y Radio Victoria en Las Tunas y, también, a cuantos lo hacen a través de las redes sociales: Dios permita que todos experimenten un buen domingo, en compañía de la familia, de las amistades y de los hermanos y hermanas que integran la comunidad cristiana en la que muchos de ustedes participan.

El pasado mes repetimos: Mayo, mes de las flores, mes de las madres y de la Virgen. Ahora corresponde decir: Junio, comienza verano, el mes de los padres y del Sagrado Corazón de Jesús. Por eso, aunque ya hayamos celebrado anteayer, viernes 7, hoy nuestro programa ha profundizado en todo lo que encierra el Corazón de Jesús, nuestro Salvador.

Por eso quiero hacer memoria del cuadro gigante que cubría todo el frente de la Biblioteca Nacional de La Habana y que tenía el letrero “Cristo, en Ti confío”. Ese fue el retablo que sirvió de fondo al altar en el que celebró la misa el papa San Juan Pablo II durante su visita de hace veinticinco años.

El domingo que viene es el Día de los Padres, una nueva ocasión para, dentro de la Jornada de la Familia, valorar y agradecer lo que significa en el plan de Dios esta vocación específica a la que Él llama al hombre.

Cuando el discípulo le dijo a Jesús: “Maestro, enséñanos a orar”, Jesús respondió: “Cuando ustedes oren, digan: Padre Nuestro que estás en el cielo”. Sí, queridos todos, Jesús vino a revelarnos y a enseñarnos a descubrir y valorar el amor de Dios hacia nosotros y de nosotros, como hijos, hacia Él.

Hoy, el Evangelio que ha sido proclamado ubica a Jesús rodeado de muchas personas y estando dentro de ese gentío escuchamos fueron a buscarlo para llevárselo pues decían: “Se ha vuelto loco”. Caigamos en la cuenta que muchos pensaban así. Cualquiera podrá decir que también nosotros, en medio de un mundo como el nuestro, también estamos perdiendo nuestros cabales.

En días pasados leí un comentario que dice: “La cultura moderna exalta el valor de la salud física y mental y dedica toda clase de esfuerzos para prevenir y combatir las enfermedades. Pero al mismo tiempo estamos construyendo entre nosotros una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano. Nunca ha estado la vida tan amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la depresión.

“Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones, impiden a la persona crecer de manera sana”.

El texto citado hace referencia al neurólogo austríaco Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, que en su obra “El malestar de la cultura” consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que tal vez pocos individuos sean conscientes. Puede incluso suceder que dentro una sociedad enferma se consideren precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.

Y algo de esto sucedió con Jesús, de quien sus familiares pensaron que estaba loco, mientras los letrados y las clases intelectuales de Jerusalén, consideraron que tenía dentro a Satanás.

Una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo sano de la persona. Cuando, por el contrario, las conduce a su vaciamiento interior, la fragmentación, la cosificación o disolución como seres humanos, hemos de decir que esta es una sociedad que está enferma.

Nos podemos preguntar: ¿Qué es más sano, dejarse arrastrar por una vida que aletarga el espíritu y disminuye la creatividad de la persona o vivir de modo sobrio y moderado, sin caer en ilusiones y sueños que hacen que busquemos evasivas para no asumir el compromiso que nos corresponde?

Jesús, a quien su propia gente consideró como un loco, nos enseñó a cuidar lo más hondo y entrañable de todo ser humano en la relación íntima en el hogar, en la convivencia social, en llevar adelante la vocación especifica a la que llama a cada ser humano, por eso, al calor de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, los invito a despertar una actitud de confianza en nuestro Dios, amigo de la vida, que solo busca la plenitud del ser humano.

Ni loco, ni ingenuo. Sino que con su propia vida, Jesús marcó la ruta de todos aquellos que están en disposición de negarse a sí mismos y seguirlo a Él, quien es el Camino, la Verdad y la Vida.

Indudablemente que, como Él mismo expresó, esta es la puerta estrecha. En medio de una realidad en la que son muchos los que se sienten atraídos a entrar por la puerta ancha. De ahí que le digamos, Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío. Amén.

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